Melodías de Broadway - La Opinión de Murcia

2022-08-13 14:34:05 By : Mr. Aaron Liu

Síguenos en redes sociales:

Noticia guardada en tu perfil

Broadway es la avenida más larga de Nueva York. Comienza en el sur, justo donde el parque Battery se encuentra con el distrito financiero, y muere, después de atravesar Harlem y El Bronx, en algún lugar al norte que ya nada tiene que ver con Manhattan. Vista en el mapa parece una serpiente enorme atravesando rascacielos, barrios residenciales, hoteles, parques y, por supuesto, teatros. El paseo que va desde la calle 41 hasta la 53 con el sol cayendo por el río Hudson es uno de los grandes acontecimientos que propone la isla. La vida transcurre a otra velocidad en ese pequeño fragmento de la ciudad cuando los carteles de los espectáculos se iluminan y los pelotones de gente acuden al pase de las 8 de la tarde.

Yo tardé muchos años en entrar en el mundo del musical. Ya había visto Cantando bajo la lluvia (1952) y me había cautivado como a todo el mundo, pero cualquier otra película solía terminar con el televisor apagado o directamente dormido en el sofá de casa. Supongo que me faltaba cierta madurez cinematográfica y que en cuanto veía a un tipo cantando y pegando botes por un decorado me salía de la historia al instante.

Todo cambió un verano en Nueva York cuando saqué unas entradas para ver Pretty Woman, una adaptación de aquella pieza de museo de Garry Marshall tan injustamente tratada por algunos sectores intelectuales. Descubrí, en un teatro de la calle 41, un universo de coreografías con unas posibilidades incalculables para contar las tramas de siempre. Entendí que los números musicales no eran unos añadidos artificiales para alargar los metrajes, sino que tenían sentido y ayudaban al desarrollo de la obra. Aquella noche todo fue maravilloso a pesar de que su actriz protagonista no tenía, ni mucho menos, el esplendor de Julia Roberts.

En el cine, el musical adquiere una dimensión completamente distinta. Los teatros tienen la gran virtud del vivo y el directo, pero las posibilidades que ofrecen el montaje y los efectos visuales son insuperables como espectáculo perfecto. Una buena muestra de ello son las películas ambientadas en Nueva York y que han convertido a la metrópolis en uno de sus personajes principales. El ejemplo más inmediato es Un día en Nueva York (1949), el punto de partida tras las cámaras de Stanley Donen y Gene Kelly. Narra un permiso en la ciudad de tres marineros interpretados por el propio Donen, Frank Sinatra y Jules Munshin. Olvídense de los tópicos asociados al gremio. No solo habrá alcohol y chicas en esta jornada de descanso. Los oficiales aprovecharán el tiempo libre para hacer una visita cantada por los puntos turísticos de mayor interés inundando las calles de Manhattan de un optimismo insólito para aquellos años. Aunque yo prefiero otros títulos, siempre resulta estimulante su arranque con ese trío calavera cantando aquello de «New York, New York, ¡it’s a wonderful town!». 

Pero para conocer los entresijos de Broadway tendremos que buscar en otras obras de una entidad más profunda. La primera es La calle 42 (1933) y no es enteramente un musical. Lloyd Bacon se adentra en las profundidades de una compañía que prepara su próxima función y muestra los entresijos del mundo del espectáculo: los problemas económicos de los productores, las inseguridades del director, la arrogancia de la primera actriz, los amores entre bambalinas o los sueños incumplidos de las segundas filas. En su parte final la estrella de la compañía sufre un accidente que le impide actuar el día del estreno y una de las bailarinas asume el papel. Es un momento de alto voltaje. Más de 200 puestos de trabajo y varias semanas de ensayos dependen de esa chica. Es especialmente emocionante la secuencia en al que las dos actrices se encuentran en el camerino. «Sal a ese escenario», le dice la veterana a la joven promesa, «y hazlo tan bien que me obligues a odiarte». No existe una manera más brillante de contar el paso de una generación a otra de ese arte tan fugaz que es la interpretación.   

En esta línea se mueve All that Jazz (1979), la compleja y onírica película de Bob Fosse. En ella se cuentan las luces y las sombras de un coreógrafo de Broadway. Seremos testigos a lo largo del metraje del vértigo que provoca la creación y el estreno de una nueva obra como si se tratase de un salto al vacío. Me resulta especialmente destacable el ensayo de uno de los números centrales con todos los productores delante. La secuencia está filmada a 100 grados centígrados. Los movimientos milimétricos de los bailarines están cargados de pura sexualidad. Esta es, tal vez, la prueba más evidente de que este género no tiene ningún límite.

Todos estos títulos son extraordinarios, pero fue con Melodías de Broadway 1955 (1953) con la que comencé a contemplar el mundo de una manera diferente. Con ella comprendí que los musicales podían hablarle de tú a tú a las grandes películas de la historia del cine sin temor a quedar por debajo. Entendí que los bailes de Fred Astaire tenían tanta fuerza como una mirada de Humphry Bogart en Casablanca, y que las piernas de Cyd Charisse moviéndose por un escenario podían competir con cualquier belleza del Hollywood dorado. Verlos a ambos bailando y amándose en aquel Central Park de estudio dirigido por Vicente Minnelli es de los mejores momentos cinematográficos que han salido de Manhattan y, sin duda, el que mejor guardo en mi memoria como espectador.  

Un capítulo aparte merecería West Side Story (1961), la versión neoyorquina de Romeo y Julieta y, sin duda, el musical más laureado de todos los tiempos. Robert Wise y Jerome Robbins mostraron los graves problemas raciales a los que se enfrenta la isla mediante unas partituras de Leonard Bernstein que siguen en plena forma removiendo el ánimo de las nuevas generaciones. En los últimos tiempos West Side Story ha vuelto a posicionarse en primera línea de batalla gracias a la adaptación de Steven Spielberg. Se han vertido ríos de tinta a favor y en contra de tocar a los clásicos. He encontrado buenos argumentos de todos lados, pero a mí me gustó la propuesta de Spielberg, mucho más cercana a nuestra época y con una cámara entrometiéndose en el epicentro de las coreografías. Pienso que no son incompatibles.

La que no ha vuelto a hacerse es New York, New York (1977). Se cita muy poco esta película de Martin Scorsese y es, sin embargo, una de sus obras más sentimentales sin los excesos del grueso de su filmografía. La historia de amor a través de la música que protagonizan Robert de Niro y Liza Minnelli encuentra su cumbre en la noche de Manhattan cuando el saxofonista y la cantante comparten el escenario de esas salas de fiesta. Existe, por supuesto, un lado oscuro como en todo lo filmado por Scorsese, pero es innegable su pasión y sensibilidad melómana.

Pese a que los musicales reciben la mayor parte de los aplausos, el teatro también cuenta con una porción importante de este pastel que es Broadway. De hecho, el título más inminente que surge es considerado uno de los templos del cine. Me refiero naturalmente a Eva al desnudo (1950), la cima de Joseph L. Mankiewicz. La película se sumerge en las profundidades del mundo de las tablas y nos cuenta las sucias maniobras de una aspirante a actriz con lengua de serpiente que sueña hasta la enfermedad con robar el trono de una de las musas neoyorquinas, nada menos que el personaje interpretado por Bette Davis. Todo esto es un pretexto para ‘desnudar’ al ser humano y mostrarlo en su actitud más calamitosa con un guion tan afilado que parece escrito con las agujas de un costurero.

En un terreno más cómico, pero igualmente infalible, se sitúa Balas sobre Broadway (1994). John Cusack da vida a un autor teatral sin talento que busca desesperadamente financiación para su última función. La solución pasa por un gánster y por darle a su mujer, una actriz nefasta, uno de los papeles principales. El apocalipsis está garantizado. Con estas cuatro pinceladas, Woody Allen levanta una locura de película, divertida hasta perder el sentido. Tal vez, el gran problema sea que no aparece Allen en ella y esto siempre causa un cierto vacío en los espectadores que tanto amamos su presencia. Si saben sobreponerse a esta ausencia seguro que la disfrutan.    

Si después de este breviario sobre Broadway y algunos de las catedrales cinematográficas que se han levantado a su alrededor les sigue pareciendo poco, lo mejor es viajar a Nueva York y sacar una entrada para cualquiera de los espectáculos en cartel. Les recomiendo el pase de las 8 de la tarde. Cuando salgan del teatro caminarán por una ciudad distinta, como más maravillosa si es que esto es posible. Son los efectos secundarios de los musicales de Broadway.

El célebre director Julian Marsh está a punto de perder la cabeza. A un día del estreno la actriz principal del espectáculo se ha lesionado el tobillo y no puede seguir hacia delante. Un milagro sucede entonces en la calle 42. Una de las bailarinas asume el papel y salva la función del fracaso. Una estrella, otra, ha nacido en Broadway.

Hay una chica en Broadway que sueña con ser una estrella de la interpretación. Lo tiene todo planeado. Comenzará por acercarse a Margo Channing, una de las grandes actrices del momento. Se ganará su confianza e irá, poco a poco, apoderándose de todo su mundo. Los duelos de diálogos están servidos. 

Un día en Nueva York

(Stanley Donen y Gene Kelly, 1949)

Pocos tipos bailan como Gene Kelly y nadie canta como Frank Sinatra. Verlos juntos celebrando la alegría de vivir por las calles de Nueva York sigue siendo la mejor guía de viajes de la ciudad. «New York, New York, ¡it’s a wonderful town!» 

Melodías de Broadway 1955

Uno de los grandes momentos de la historia del cine tiene lugar en Central Park. La música se apodera de Fred Astaire y Cyd Charisee y comienzan a bailar en esa noche a todo color de la Metro Goldwyn Mayer. Uno no tarda en comprender que el paraíso debe estar hecho de estas pequeñas cosas. 

(Robert Wise y Jerome Robbins, 1961)

Hay una guerra abierta en el West Side que lleva sonando desde hace décadas. Los Sharks y los Jets son una versión neoyorquina de los Montesco y los Capuleto, igual de arrogantes y de embrutecidos. Pero hay, como en el texto shakesperiano, dos ángeles que cantan y bailan por encima del resto.  

David Shayne es un escritor fracasado. Sus historias hacen agua. No posee, digamos, esa fuerza literaria tan necesaria para llenar los teatros de Broadway. Pero gracias a la financiación de un gánster los acontecimientos cambiarán drásticamente y el cielo se volverá de un color más gris si cabe.

Una historia de amor entre un saxofonista y una cantante en aquel Nueva York de las salas de fiesta de los años 40 que es puro cine sentimental. Cuando la música brota de Robert de Niro y Liza Minnelli Manhattan se transforma en una ciudad mágica. 

Joe Gideo es uno de los grandes creadores de Broadway. Se encuentra posiblemente en el momento cumbre de su carrera, ideando unos números rompedores impensables en el siempre clásico mundo del espectáculo. Pero su cuerpo está roto en mil pedazos y pronto todos sus tormentos saldrán a la luz.

Disfruta de todas las novedades

Noticia guardada en tu perfil

Noticia guardada en tu perfil

Noticia guardada en tu perfil

Noticia guardada en tu perfil

© La Opinión de Murcia, S.A. Todos los derechos reservados